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martes, 27 de septiembre de 2016

Antonio Di Benedetto. El cariño de la posteridad

Di Benedetto. Sonriente en la intimidad, como lo describieron diversos amigos.


Antonio Di Benedetto. A 30 años de su fallecimiento, lo celebran nuevas ediciones, un documental y la adaptación al cine de su gran novela “Zama”, por Lucrecia Martel.

POR MARCH MAZZEI


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La lectura de Zama, veneno irresistible
Uno que anduvo en todas
Ni pobre ni solo ni abandonado. Durante sus dos últimos años, Antonio Di Benedetto vivió en Buenos Aires rodeado de amigos que habían impulsado su regreso en 1984, después de seis años de exilio. A pesar de la leyenda que circuló durante mucho tiempo, de que había muerto en estado de miseria –se llegó a decir que dormía debajo de las escaleras de los edificios–, atravesó un período de sosiego. Trabajó durante un año en la Secretaría de Cultura del alfonsinismo y luego en la Casa de Mendoza. Era socio del Cineclub Núcleo, participaba de talleres literarios como invitado, daba charlas en universidades y semana a semana recibía pedidos de entrevistas –de Jorge Urien Berri a Jorge Lanata– y llamados telefónicos de admiradoras fervorosas. Di Benedetto ya era, desde luego, el reconocido autor de las novelas Zama , El silenciero y Los suicidas , y de los cuentos de El juicio de Dios , El cariño de los tontos y Caballo en el salitral . Obras que lo ubicaron en el canon argentino y cuya vitalidad evidencian frecuentes reediciones y, a 60 años de su primera publicación, la adaptación al cine de Zama , la esperada película de Lucrecia Martel, hoy en etapa de posproducción.

Los detalles del final de su vida surgen del testimonio de la hermana de su última mujer, Graciela Lucero, 25 años menor y “casi su secretaria” cuando Di Benedetto ocupó el escritorio de asesor de cultura en la Casa de Mendoza. “Él estaba en el departamento que le habían prestado unos amigos en Laprida y Las Heras, y Graciela vivía conmigo en Libertador y Callao, así que caminando ida y vuelta esas 15 cuadras compartían los días”, relata Cristina Lucero, testigo privilegiada de aquellos días. La hermana mayor confidente admite que esta relación, de la que los padres nunca supieron, no era bien vista por sus hermanos varones, que nunca habían oído hablar del escritor. Era un secreto que la pareja también guardó frente a sus compañeros de trabajo. Sin embargo, compartían una nutrida vida social y literaria. Las fotos de las tertulias en la casa de su amigo Juan Jacobo Bajarlía, o en lo de Nicolás Sarquís (cineasta que no logró terminar su versión de Zama ), no pueden disimular el encantamiento entre ellos. Allí, Di Benedetto acaparaba la atención y respondía en sus medios tonos a las inquietudes, aunque evitaban preguntarle por la cárcel.

Desde una perspectiva íntima, el testimonio de Cristina estará incluido en Tras la sombra de Di Benedetto . Este y el volumen de 800 páginas de Escritos periodísticos (1943-1986) , además de un nuevo documental, son otros tributos a la vida y obra de un autor insoslayable en lengua castellana, a 40 años de su secuestro y encarcelamiento ilegal por parte de la dictadura militar instaurada en 1976, y a 30 años de su fallecimiento.

Las conexiones entre ese hombre que sentado en la sala de su departamento en Libertador, copa de vino en mano, le aseguraba que la relación con su hermana “iba en serio”, y el Antonio Di Benedetto que es parte de la historia de la literatura argentina, aparecieron con el tiempo. Recién con la muerte de su hermana, en la década del 90, al leer las entrevistas y los estudios críticos, Cristina Lucero encontró una síntesis entre el hombre y el artista, una coherencia. Y todo fue casual: Graciela Lucero no había abierto las cajas que quedaron en su departamento después de la muerte de Di Benedetto. “Mi hermana nunca quiso hacerlo, porque le revolvía el alma, como decía”. Ahí encontró lo que la pareja había guardado, lo que los amigos le hacían llegar: correspondencia con universidades extranjeras y editores, manuscritos, fotos y cartas personales. Ese material sigue dando pistas.

Di Benedetto tenía 54 años cuando fue secuestrado y 64 cuando murió. La misma noche del 24 de marzo de 1976, el vicedirector del diario Los Andes que había construido una sólida carrera literaria –ya había publicado sus principales libros– se convirtió en el primer escritor detenido por la dictadura. Compartía los primeros días con sus colegas en una celda del Liceo Militar General Espejo. Pero nadie nunca lo visitó en la cárcel de Mendoza. Sólo un par de amigos en La Plata, donde había sido trasladado. Los mecanismos del miedo y la cobardía se activaron y perdió todo contacto con su familia.

De los papeles encontrados emergen detalles dolorosos. Al día siguiente de su secuestro, la patrulla que irrumpió en su casa en busca de evidencias que lo vincularan con alguna organización armada vació armarios repletos de libros y cartas. Entre las cartas su esposa descubre la prueba del delito: las de una cordobesa que moría de amor por él apuntalaron la decisión de quebrar el vínculo. Pero había más: un documento dirigido a la Caja Nacional de Previsión podría ser la respuesta a la sensación de que el diario Los Andes le había “soltado la mano”. Durante los primeros días de detención, le hicieron firmar la renuncia a todos los empleados encarcelados, aparentemente bajo promesa de continuar pagándoles el sueldo a las familias. También aparece la carta en papel envejecido en la que Di Benedetto, ya en Buenos Aires, solicita su jubilación por los años de aporte como periodista, con detalles, de su propia mano, de las condiciones de detención y las torturas. Burocracia mediante, al final llegó el benefició, pero ya estaba internado, sin conocimiento, y ni siquiera se enteró.

En estos días de homenajes surge una nueva versión sobre su detención. El libro Antonio Di Benedetto, periodista explica que el escritor había publicado, a partir de 1972, notas sobre la represión policial y los atentados de grupos parapoliciales, fotos de presos e información acerca de procedimientos irregulares, desafiando a la censura. Los testimonios de sus compañeros de detención avalaron por años esta versión. Otra explicación, con estatus de rumor, sugiere que una frase a propósito de la llegada de los militares al poder, en medio de una charla informal de la “mesa de los galanes” de la que formaba parte, lo habría destinado al calvario y al destierro. Entre las dos posiciones se debate el mito del intelectual detenido arbitrariamente y el periodista comprometido que desafió la censura.

Para Di Benedetto el golpe militar significó el paso de una vida acomodada a la desprotección absoluta. Dejó su casa para nunca más volver. Perdió sus papeles, las notas de conferencias sobre literatura fantástica que había dado en 1955 en la Biblioteca Nacional, invitado por Borges, y todos sus recortes. Ni una camisa, ni una lapicera se llevó al encierro. Al exilio partió con una valija ajena, ropa prestada y un boleto de avión que había ganado en un concurso. Gracias a las presiones internacionales encabezadas por el Premio Nobel Heinrich Böll, e impulsadas por Adelma Petroni, Sabato, Victoria Ocampo, y por editoriales del Buenos Aires Herald que dirigía Robert Cox, Di Benedetto recuperó la libertad tras 17 meses y 7 días.

De sus días de encierro quedaron los relatos de Absurdos , editado en España en 1979, y una sensación de desprotección física como secuela de la tortura. El libro se escribió a partir de papelitos que les hacía llegar a Petroni, Rodolfo Braceli y Abelardo Arias. Los rastros que dejó esa década en su cuerpo fueron imborrables. Sufrió cuatro simulacros de fusilamiento y golpes en la cabeza, todos los días a la misma hora. Aunque siguiera escribiendo en los años 80, no puede sorprender su envejecimiento temprano y una visible dificultad al caminar. “En su baúl traía el haber sido preso de la dictadura –admite Cristina Lucero– y era un baúl que no podía abrir con cualquiera, y eso le provocó una especie de auto-exilio”.

Con la recuperación de la democracia, varios escritores pero en especial Ernesto Sabato con la promesa de un puesto, comienzan a convencerlo de que volviera. El mismo día que regresa a la Argentina, se había organizado un homenaje en el Centro Cultural San Martín, con Enrique Molina, Juan Carlos Martini, Jorge Lafforgue, Lito Cruz y Manuel Antín. Un grupo de escritores, entre los que se encontraba Ricardo Piglia, lo recibe en el aeropuerto y lo llevan directo a la calle Corrientes. Nicolás Sarquís se había ocupado de que su hija Luz llegara desde Mendoza: fue la primera vez que se encontraron desde el día del golpe de estado y el secuestro. Graciela Lucero dejó un testimonio en un artículo publicado en La Capital de Rosario: “Su presencia encantaba, fascinaba... Contrariamente a lo que se recuerda de Antonio, sólo al pensarlo se me dibuja una sonrisa”. Para definirlo, eligió cuatro palabras: “magia, juego, picardía y juventud. Para mí era tan joven, tan pícaro. Nadie ha escrito sobre su gran arte de seducción, en eso también era un maestro. Él lo sabía y se divertía mucho con sus acertados piropos”.


Periodistas mendocinos se hicieron eco del abandono de su tumba. Durante este año, los restos de Antonio Di Benedetto, que hasta la fecha permanecían en el subsuelo del panteón de periodistas en el cementerio de Las Heras, sin siquiera una placa recordatoria, serán trasladados al sector de Personalidades Ilustres en la capital mendocina. Cuando Graciela Lucero le contó, susurrándole al oído en su cama del Hospital Italiano de Buenos Aires, que la Universidad de Cuyo le había otorgado un título Honoris Causa, el autor de Sombras, nada más soltó su última lágrima.

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