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CON LOS LIBROS, PARA LOS LIBROS, POR LOS LIBROS. si tu intención es escribir, hazlo con sencillez y claridad; la elegancia déjasela al sastre...(anónimo) * * * * * * * * BLOG de Juan Yáñez, dedicado a la literatura

domingo, 17 de noviembre de 2013

La señora Cata y el escribidor Vargas Llosa


Cata Podestá, la teórica autora del libro 'Pieles negras y blancas', en realidad escrito por Vargas Llosa.

Mario Vargas Llosa se convirtió en 1959 en ‘autor de alquiler’

Aceptó el encargo de una dama de la alta sociedad peruana de redactar para ella un libro de viajes

          


                                    ¿Mario Vargas Llosa, escritor fantasma? ¿Era verdad que había escrito una novela antes de La ciudad y los perros(1963), la cual había sido publicada con seudónimo? Ya no recordamos cómo nos llegó el rumor, pero ¿se trataba de un dato fidedigno? El título no figuraba en ninguna bibliografía. Dada nuestra curiosidad, no pudimos contenernos y decidimos preguntárselo al presunto autor. Vargas Llosa se limitó a sonreír y adujo que el esfuerzo que le suponía escribir una novela bien merecía que la firmara con su nombre, lo que restaba credibilidad a nuestra suposición.
Sin embargo, con el tiempo, el misterio resurgió. Era poco probable que una información de ese calibre pasara desapercibida para los numerosos críticos y biógrafos. Finalmente, la pista nos la dio una estudiosa francesa, Marie-Madeleine Gladieu, experta en la obra de Vargas Llosa, cuyo ojo zahorí detectó la punta del hilo de la madeja en las memorias de Julia Urquidi Illanes, es decir, la tía Julia, la primera esposa del novelista. Allí, en Lo que Varguitas no dijo (1983), se hace una breve alusión al episodio (aunque la autora confunde Oriente con África).
Como se sabe, en 1959 la pareja se había trasladado de Madrid a París, donde vivía con estrecheces económicas en una buhardilla del modesto Hotel Wetter, en el número 9 de la rue de Sommerard. Vargas Llosa tenía 23 años. “Más o menos por esos días”, recuerda la tía Julia, “llegó al hotel una dama peruana. Acababa de hacer un viaje por el Oriente, y quería escribir un libro sobre sus experiencias. Habló con Varguitas. Quedaron en que ella le iría contando sus viajes y él escribiría el libro por una suma de dinero que consideramos suficiente, para los gastos extras de la semana. Le pagaría los días viernes, de acuerdo a las páginas escritas. Todas las mañanas iba mi marido a la habitación de la viajera, para hacer el trabajo. Frecuentemente entraba yo a la pieza a escuchar sus relatos, estos eran bastante infantiles. Mario se divirtió con este trabajito. Ella era una señora muy puritana, él escribía capítulos donde había príncipes árabes, que se introducían en su habitación por los balcones, con malvadas intenciones violatorias, lo que espantaba a esta ingenua dama”.
Cuando aceptó, Vargas Llosa estaba escribiendo ‘La ciudad y los perros’
Desde luego, la primera condición laboral para un escritor fantasma es mantener el anonimato. De ahí que Vargas Llosa no pudiera admitir su colaboración. En ese sentido, debemos reconocer que fue discreto, y, por otra parte, es comprensible su renuencia a hablar sobre el asunto, ya que sin duda aceptó el encargo por fuerza de las circunstancias. Tratándose de un joven novelista lleno de bríos, cuyos esfuerzos estaban concentrados en la creación de La ciudad y los perros, no debía de ser muy atractiva la idea de alquilar su pluma y de tener que explotar su creatividad en temas ajenos. En su testimonio, la tía Julia destaca las precauciones de la dama: “Como no quería que nadie viera a Mario escribiendo, la puerta estaba siempre cerrada. Incluso mi presencia no era de su agrado, pero no tenía más remedio que soportarme; era la esposa de su escribidor. (…) Debe haber sido el libro más difícil para Varguitas. (…) Tener que darle forma, sentido a eso, fabricar un libro, no debe haber sido fácil”.
La dama en cuestión era Cata Podestá y el volumen se titulaba Pieles negras y blancas. Fue impreso a cuenta de la autora en los talleres de P. L. Villanueva en Lima, en octubre de 1960, y consta de 313 páginas. Aunque la doctora Gladieu lo aborda como si fuera una novela, se trata, en rigor, de un libro de viajes (incluso trae un mapa de África en el que se señalan las ciudades visitadas). En todo caso, posee una forma novelesca, con escenas dialogadas, lo que denota la familiaridad con el género que tenía Mario Vargas Llosa y sus deseos de fabular.
El procedimiento de este trabajo a destajo fue el siguiente: la señora Podestá paseaba por la habitación del hotel Wetter evocando su periplo por tierras africanas y el narrador recreaba las aventuras en su máquina de escribir, tomándose ciertas libertades para aderezar la trama. Cabe recordar que Vargas Llosa era muy precoz: por entonces estaba escribiendo su primera obra maestra, La ciudad y los perros, que obtendría el Premio Biblioteca Breve en 1962, apenas dos años después.
Las impresiones de Julia Urquidi Illanes sugieren que Cata Podestá era una señora de la alta burguesía peruana con veleidades literarias. Ciertamente, antes de su encuentro con Vargas Llosa ya había publicado un libro, Sedas y harapos, que apareció con el sello de la Librería Internacional del Perú, en 1958, con un prólogo de Luis Alayza y Paz Soldán. Es el relato de un viaje que la autora realizó por Asia. Curiosamente, el volumen fue reseñado en el diario español ABC, el 13 de agosto de 1959. El comentarista destaca que esta crónica nos lleva a la India, Líbano, Hong-Kong, China, Birmania, Japón y otros países asiáticos: “Nos encontramos con un delicioso retablo de descripciones llenas de finísimos matices, de observaciones agudas y hallamos ciertamente los detalles tradicionales de aquellas tierras, sus rasgos peculiares, con los de sus gentes. (…) Es una obra que se lee con verdadero deleite”.
 La breve y fulgurante carrera literaria de Cata Podestá alcanzaría su cima con un relato titulado La voz del caracol, que obtuvo el primer premio en el Festival Cristal del Cuento Peruano, en 1961. La voz del caracol tuvo buena acogida (fue publicado por la revista Visión Nº 32 en octubre de 1961) y ha sido recogido en algunas antologías (bajo el nombre de Catalina Podestá), las cuales resaltan su cuidadosa composición, su atmósfera tierna y nostálgica, así como la hondura de sus personajes.
Mario Vargas Llosa y su esposa, Julia Urquidi, en París en 1961.
Podestá visitaba al hoy Nobel en su buhardilla de París y le dictaba vivencias. Cata Podestá murió centenaria hace cuatro años. Había nacido el 11 de junio de 1909 y su nombre completo era Caterina María Podestá Assereto. De firmes ancestros italianos, se casó muy joven, a los 18 años, con Juan Enrique Capurro Rovegno, miembro de una familia de terratenientes. Su matrimonio duró muy poco. Audaz y voluntariosa, prefirió separarse antes que guardar las apariencias, como hacían otras mujeres de su generación. Luego de nacer su único hijo, Juan Miguel, en 1929, se fue con él a vivir a Chile. Al cabo de unos años regresó al Perú y, cuando su vástago creció y se fue a estudiar a Estados Unidos, ella se dedicó a viajar por el mundo y a disfrutar de sus rentas. Cata Podestá falleció en Lima el 12 de octubre de 2009.
Fue una mujer independiente y segura de sí misma que, en plena juventud, resolvió no someterse más a la férula de ningún hombre. De acuerdo con sus descendientes, era una persona muy querida, vital y emprendedora. Se resistía a las convenciones y no temía viajar sola, aun cuando ello supusiera afrontar ciertos peligros. Su gran atractivo físico llamaba inmediatamente la atención y, a sus 70 años, no se inhibía de llevar jeans y zapatos rojos de taco alto. Esta visión coincide con la de Alfredo Bryce Echenique, quien refiere en el segundo tomo de sus Antimemorias que ella frecuentaba mucho la casa de su familia, pues era muy amiga de Elena, su madre:.
“Entonces apareció por casa la inolvidable señora Catalina Podestá, con su tardía vocación de escritora. La señora Cata, como la llamaban, era una mujer muy guapa, de larga cabellera roja, piel canela, temblorosa voz e impresionante silueta. Como usaba a menudo pantalones y era divorciada —y aunque tratándola siempre con especial deferencia—, mi padre la había condenado a una suerte de purgatorio social que consistía en invitarla mucho, porque mi madre la adoraba, pero a unas horas en que jamás se invitaba a nadie. Y aunque doña Cata compartía con mi madre la devoción por Marcel Proust, más pudieron la gran cabellera roja, la piel canela, los pantalones ceñidos y su divorcio, en el apodo que le puso mi padre: La Domadora”.
Mario Vargas Llosa, fotografiado en París en 1960.
Mientras tanto, las inclinaciones narrativas de la señora Cata se hacían más fuertes y un día le preguntó a Alfredo Bryce—quien todavía era inédito— si podía recomendarle a uno de sus profesores para que le enseñara a escribir cuentos. Naturalmente, sus servicios serían bien remunerados. Como él estudiaba Derecho y Literatura en la universidad de San Marcos, le trasladó la propuesta al catedrático Carlos Eduardo Zavaleta, escritor en alza de la generación del 50, quien le dijo que no estaba dispuesto a perder su tiempo con aficionadas, aunque fueran muy adineradas. Después vino la convocatoria del Festival Cristal del Cuento Peruano, cuyo jurado era presidido por Ciro Alegría, el escritor peruano más reconocido de la época.
El fallo dio el premio máximo a la desconocida Catalina Podestá y el talentoso C. E. Zavaleta fue relegado al puesto de finalista. ¿Qué había ocurrido? Según Bryce Echenique, lo que nadie sabía era que hacía ya unos meses que don Ciro había asumido las funciones de profesor particular de doña Cata. ¿Otro escritor fantasma? En honor a la verdad, habrá que decir que La voz del caracol es un buen cuento y que no guarda similitudes con la obra de Alegría. No obstante, también es cierto que la pericia del enfoque narrativo corresponde más a un autor consumado que a uno inexperto, sin mayor oficio. Y, para complicar las cosas, después de haber obtenido el disputado galardón, inexplicablemente, la triunfadora optó por el silencio creativo.
En cuanto a Vargas Llosa, su experiencia como escritor fantasma no pasaría de la anécdota si él mismo no le hubiera atribuido una mayor importancia. Tanto así que en 1983 estrenó una obra de teatro, Kathie y el hipopótamo,basada en su relación con la señora Podestá. Es una pieza compleja y ambiciosa, donde resucita al periodista Zavalita, su célebre personaje deConversación en La Catedral, y lo confronta con Kathie Kennety, la esposa de un banquero, que lo contrata para escribir un libro de viajes. Vargas Llosa nos ha comentado al respecto: “Quería transmitir cómo esos dos seres entre los que al principio hay una relación de patrón y asalariado poco a poco van estableciendo una relación humana al descubrir que, pese a sus grandes diferencias intelectuales, económicas y sociales, apelan a lo mismo para llenar un vacío tremendo que se ha instalado a lo largo de su vida”.

Portada de un ejemplar del libro 'Pieles negras y blancas'.
En esta obra, Vargas Llosa incide en el problema de la ficción y la realidad, uno de los temas esenciales de su producción. Santiago Zavala es el polígrafo que convierte en literatura lo que Kathie le cuenta sobre sus viajes y se vale de esas experiencias para fabular, para vivir de una manera vicaria todo aquello que le ha sido negado en el ámbito real. Sus frustraciones encuentran en el trabajo de escribidor un mecanismo imaginario compensatorio que le permite cumplir sus sueños. Tanto Kathie como su amanuense literario se sirven de la ficción para cristalizar sus ilusiones y cimentar una existencia más rica y plena.
No hay duda de que Pieles negras y blancas tiene un ritmo ágil y fluido, y que la inventiva de Vargas Llosa aprovecha el exotismo y la truculencia de las situaciones, tentación que luego explotará en La tía Julia y el escribidor(1977). Más que una rareza literaria, este primer libro de largo aliento de Vargas Llosa invita a efectuar un análisis intertextual. El autor peruano debió de tener muy presente aquel trabajo mercenario cuando escribió Kathie y el hipopótamo. Esto queda perfectamente corroborado por la reelaboración de algunos pasajes de Pieles negras y blancas. Así, por ejemplo, en la pieza teatral, Santiago Zavala dice: “Deambulo entre sepulcros piramidales y colosos faraónicos, bajo el firmamento nocturno, sinfín de estrellas que flotan sobre El Cairo en un mar azulino de tonalidades opalescentes”. Compárese este fragmento con el párrafo inicial del volumen firmado por Cata Podestá, donde se puede leer el siguiente pasaje: “Deambulo por los flancos de las tumbas piramidales. Los filos se yerguen cual cuchilladas: hablan de crueldad. Una luz diáfana azulina destaca en tonalidades opalescentes el firmamento nocturno, la tierra amarilla, los colosos faraónicos y la soledad. No hay ser viviente que la acompañe. Ni humano, ni animal, ni vegetal”.
Pieles negras y blancas es un libro ameno y bien intencionado, pero no se libra de los estereotipos. Adolece de una visión ingenua de África, del colonialismo y la miseria, aunque, claro, no podemos atribuir esta debilidad al escribidor, quien aún no había pisado ese continente. Evidentemente, al relatar las vicisitudes de la viajera en el Congo, no sospechaba que medio siglo después él también sentiría la necesidad de visitarlo e indagar en su problemática, tal como haría con motivo de su novela El sueño del celta.
Cuando, finalmente, hace unos años nos procuramos un ejemplar del libroPieles negras y blancas, decidimos, en un abuso de confianza, mostrárselo a Vargas Llosa. Sin disimular su asombro, el escritor abrió el libro de páginas amarillentas y se entretuvo leyendo unos párrafos. Luego frunció el ceño y nos dijo: “¿Cómo he podido escribir esto?”, y continuó hojeándolo hasta que soltó una gran carcajada, desarmado por la prosa rimbombante y artificiosa que inunda esa primera aventura narrativa de largo aliento.
Poco después de esta conversación, Vargas Llosa se permitió aludir, por primera vez, a su única faena de negro literario. Al evocar su vieja relación con el teatro en El viaje de Odiseo, ensayo incluido como colofón de Odiseo y Penélope (Galaxia Gutenberg, 2007), reveló que su pieza Kathie y el hipopótamo “recreaba algo que me ocurrió en mis primeros tiempos de París, donde, por razones alimenticias, hice de ghost writer de una dama que quería escribir un libro de viajes”. Sin embargo, se abstuvo de dar más información. Como buen escritor fantasma, respetó el pacto secreto y no consintió en descubrir la identidad de su contratante.
De cualquier modo, pese a sus reservas, su esmero por poner las cosas en orden y su afán de precisión se conjugaron para que, involuntariamente, confesara su autoría. ¿Cómo sucedió? Años atrás, cuando la Universidad de Princeton adquirió sus manuscritos, el futuro Premio Nobel incluyó en el lote un ejemplar de Pieles negras y blancas. Desde luego, no podía prever (en aquellos tiempos Internet no pasaba de ser una simple novedad) que llegaría el día en que aquel centro de estudios colocara el inventario de la colección en la red. Pues bien, al registrar el libro de marras, los bibliotecarios observaron que Mario Vargas Llosa había adjuntado una nota a la cubierta, en la que afirmaba que este relato constituía el punto de partida de Kathie y el hipopótamo y explicaba su intervención: “Lo escribí casi enteramente yo mismo, en París, hacia fines de 1959 o principios de 1960…, trabajando un poco como Santiago para Kathie en la obra. Mientras la señora Podestá me contaba la historia de su viaje a África, yo la transcribía a máquina; más tarde, durante el día, corregía el texto mecanografiado…”.
¿Volvió a ver Vargas Llosa a la señora Podestá? Al parecer, sí, al menos una vez, cuando el novelista ya descollaba como una de las figuras del boom. Ambos coincidieron en Lima, en una reunión social, donde la autora, ansiosa por consolidar su reputación literaria, no quiso desaprovechar la oportunidad y se atrevió a pedirle que escribiera algo sobre ella en la prensa. Vargas Llosa, muy educado, sonrió e intentó una vaga disculpa. Pero la señora Podestá, que no estaba acostumbrada a que le dijeran que no, debió de recordar el viejo lazo laboral que los había unido, porque le aferró la mano y le aseguró: “Yo te pago, Marito. Yo te pago…”. No cuesta mucho imaginar la sorpresa y la carcajada ahogada de su interlocutor. Vargas Llosa ya no era el joven de París, aquel letraherido tenaz que había hecho de todo, incluso vender su pluma, para poder mantener vivos sus sueños.

Guillemo Niño de Guzmán (Lima, 1955) es escritor y periodista cultural peruano. Autor de varios libros de relatos como Caballos de medianoche (1984),Una mujer no hace un verano (1995) o Algo que nunca serás (2007), es también traductor y guionista

martes, 5 de noviembre de 2013

Cabrera Infante, un desgarro literario


Llega a las librerías ´Mapa dibujado por un espía`, sobre su despedida de Cuba


 Madrid 4 NOV 2013 - 09:54 CET EL PAÍS España
  • Dar a la imprenta este libro secreto fue una decisión dolorosa. “Pero tenía que salir”, confirma Miriam Gómez. “La materia de la escritura de Guillermo era él mismo. Y este libro es él mismo, en su dimensión humana más descarnada”. Lo que cuenta en Mapa dibujado por un espía le cambió la vida. Ocurrió en 1965, cuando ya había ganado el premio Biblioteca Breve por Tres tristes tigres y era agregado cultural del embajador cubano en Bruselas; fue entonces cuando recibió la noticia de la muerte de su madre, Zoila Infante, y viajó a La Habana para velarla. Lo que ocurrió a partir de entonces fue un conjunto de vejaciones que él relata con la naturalidad asustada de un perseguido. No deja un detalle fuera; es tan minucioso, y tan triste, como el relato de un condenado en un campo de concentración. No oculta la vida doméstica y sus miserias, ni los amores y sus intrigas, y es en todo momento descarnado hasta hacerse sangre, y hasta hacer sangre.
    En seguida supo Cabrera Infante que en aquella atmósfera no podía quedarse y decidió que debería regresar a Europa por cualquier medio. Hasta que lo logró. La sensación que tienen Miriam Gómez y Munné es que él escribió ese relato minucioso y terrible al poco de salir de la isla; probablemente era lo que escribía cuando se desnudaba ante la Smith Corona en aquellos amargos, y gélidos, días de Londres después de que lo sometieran los médicos a los electroshocks con los que quisieron aliviarle su crisis nerviosa.
    Miriam Gómez conserva en la mesa de su comedor, en el loft en el que convirtieron los dos su casa de siempre en Londres, un mapa de La Habana. Siguiéndolo paso a paso él recuperó su memoria de la ciudad. Y este Mapa dibujado por un espía es también, como dice Antoni Munné, “la cartografía de una despedida”. Nunca volvió a La Habana, pero se la sabía de memoria. Aquí, en este mapa, esa memoria está intensamente herida.
    “La Habana era para él un recuerdo”, dice Miriam Gómez, “pero allí se le convirtió en un infierno”. Reconstruyó, enLa Habana para un infante difunto, por ejemplo, todo lo que ya se había derruido. Y no tenía nostalgia. Uno no tiene nostalgia del infierno”.
    Ese manuscrito permanecía entre los papeles secretos que dejó Cabrera Infante cuando murió, en febrero de 2005. “No los toques”, le había dicho a Miriam. Nunca lo abrió. Ella sabía muchas de las historias que contenía el sobre, incluso las más duras para ella, pues ahí su marido contó avatares sentimentales muy íntimos, que a ella la podían dañar. Y dejó a Munné que decidiera sobre lo que había en ese sobre cerrado. Dice el editor: “Lo leí en un par de noche en Londres. Fue una sensación tremenda. Es un testimonio enormemente humano y melancólico de alguien que sufre una enorme decepción. Una decepción que no le viene de nuevo, porque él ya albergaba muchísimas dudas acerca del curso de la Revolución, pero que se le confirma y se le aumenta. Y cuando digo que es enormemente humano me refiero a la peripecia vital: un hombre joven de 36 años que asiste a una pesadilla kafkiana que le hace comprender que va a perder amigos, familiares, país, y que ve cómo se derrumba todo aquello que había vivido; todo eso son síntomas de que eso no tiene vuelta atrás”.
    El resultado, para este primer lector, fue “de una profunda tristeza, y esa misma tristeza se ha reproducido en todas las lecturas posteriores”. “Te va a doler”, le dijo a Miriam Gómez. Pero ella aceptó. “Yo le tenía pánico al libro, conocía el romance que cuenta. Pero me daba miedo leerlo. Lo leí, cuando Munné lo había acabado. Fue un golpe terrible para mí. No podía creer lo que estaba leyendo”. ¿Y qué pasó? “Se agrandó mi admiración por él. Él es la materia de su escritura, y aquí está grande, inmenso. Un padre bueno. Un hombre entero, sufriendo, sabiendo que si no se alejaba de aquella monstruosidad, la Cuba de Castro, iba hacia la destrucción. Cuando él vio la realidad se dio cuenta de que no podía ser cómplice de lo que estaba pasando ahí”. La historia de mujeres que hay en el libro es dura, pero no inesperada. “Guillermo era un loco por las mujeres, creía que eran superiores, para él su madre misma era un ser superior. Cada vez que tenía un problema, él se agarraba a las mujeres…”.
    “Mapa dibujado por un espía parece escrito de un tirón”, dice Munné, como “un exorcismo necesario, para no olvidar nada”. Pero logra mantener el interés en todas las páginas, como un cronista notarial que no quiere que se le escape ni el menor atisbo de las metáforas, duras o simples, que hay en la vida cotidiana. Es el libro más desgarrador de Cabrera Infante. Su descubrimiento, dice el editor, contribuye a conocerlo mejor. “Constituye un testimonio de uno de los más grandes escritores en lengua española. A la altura de lo que fue el viaje a la URSS de Gide o de la obra de grandes disidentes como Orwell y Koestler”.
    Munné revindica su publicación “como algo que el lector tenía derecho a conocer”. Su viuda, Miriam Gómez, piensa lo mismo. “Su escritura era él, él era la materia de sus libros. Cuando lo veía desnudarse ante la máquina de escribir me decía a mi misma: ‘Qué estará escribiendo este hombre’. Se estaba desnudando por fuera y por dentro. Por eso es tan desgarrador leer ahora este tremendo testimonio doloroso”.