Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá quedó su ventura
en la playa de Barcino, frente al mar.
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá quedó su ventura
en la playa de Barcino, frente al mar.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura,
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.
¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura,
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame a ser contigo pastor.
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame a ser contigo pastor.
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar ...
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar ...
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Léon
Felipe inédito, colosal poeta español del éxodo y el llanto
MANUEL DE
LA FUENTE /
MADRID
Día
15/04/2015 -ABC
Fue
profeta (casi nunca en su tierra), payaso (el de las bofetadas, no el
listillo), mesías de la palabra, traductor (se convirtió en rumiante del verso
para saborear mejor que nadie las hojas de yerba de Walt Whitman), español del
éxodo y el llanto, exiliado de las dos Españas que le llevaron a perder todas
las guerras, náufrago, contador de estrellas, agricultor de insignias y
banderas, campesino de soles y de lunas, contramaestre retirado, telegrafista
del amor y la canción.
Fue un
poeta colosal, argonauta, domador de los leones del «idiomaleones», oficinista
enamorado (de su Berta, siempre de su Berta), deshollinador de las chimeneas
del alma, poeta continental (América, siempre América, su México siempre tan
lindo, siempre tan querido), que puso las barbas a remojar de los dioses de lo
falso y de lo hipócrita.
Se
llamaba León Felipe y sus versos eran tan largos que siempre los acababa al día
siguiente. Dejaba las palabras repartidas por las esquinas del mundo, se
regocijaba de vaciar los tinteros por las plazas de las linotipias y de las
imprentas, y muchas se las llevó el viento, las fue repartiendo a diestro y
siniestro por las estanterías apretadas de revistas y de archivos, tanto que un
sinfín de ellas acabaron en paradero desconocido, y hasta ese ignoto paradero
han llegado Gonzalo Santonja y Javier Expósito, recopiladores y editores de «Castillo
interior» (Fundación Banco Santander, Cuadernos de Obra Fundamental), un libro
que reúne prácticamente todo el material inédito que dejó León Felipe.
Versiones de poemas y cartas (a su familia, a Camilo José Cela, a su gran amigo
Juan Larrea), que ofrecen un nuevo panorama de lo que fue la vida de este
hombre de ánimo inquebrantable, de este poeta al que los siglos se le quedaban
pequeños.
Papeles
volanderos
«Los
textos ahora recuperados -explica en las palabras preliminares Gonzalo
Santonja-, inéditos o publicados en papeles volanderos de poca difusión y
difícil consulta, ilustran y revelan el pálpito y la artesanía de su sistema
luminoso de señales (la poesía para el poeta) durante su largo (y fructífero)
acontecer mexicano, a partir del momento en que la incivilidad de las
circunstancias lo convirtió en exiliado, expulsado de España por Franco y
también por el sectarismo torvo que carcomió por dentro la causa republicana».
Estos
textos han sido recuperados, continúa Santonja, «a partir del fondo conservado
en el Archivo Histórico Provincial de Zamora, propiedad del Ayuntamiento de
Zamora, y del epistolario mantenido con Juan Larrea -perteneciente al legado
del poeta, cedido generosamente por sus herederos y con la colaboración
desinteresada de Juan Manuel de Guereñu-, localizado en la Residencia de
Estudiantes de Madrid», lo que consigue que este libro «abra ventanas de
claridad al castillo interior de un poeta con biografía de viento y testamento
de barro». Como escribió Octavio Paz: «Eres de los pocos que piensan y saben
que la poesía no sólo está en el poema sino en el poeta = poema vivo. Y tú ni
has entregado a la poesía, ni la has vendido ni la has guardado en casa».
Qué
mejor, para acabar, que dejarles con las propias palabras del poeta: «Para mí,
la poesía no es más que un sistema luminoso de señales. Hogueras que encendemos
aquí abajo, entre tinieblas encontradas, para que alguien nos vea, para que no
nos olviden. ¡Aquí estamos, Señor!».
La poesía
no es más que oración
«Es
verdad que no estoy bien, que tengo setenta y cinco años y que siento cómo todo
se me acaba y se me va; mis sentidos funcionan torpemente, se me disuelve la
memoria, la vista se me cierra y ya no puedo distinguir dónde está España por
ejemplo: ni gustar su fruta ni oler su tierra… se me cansa la voluntad y se me
acaba el deseo de vivir. El estar aquí sobre la tierra ya no es negocio para
mí…». A Juan Fernández Figueroa (1959)
«Cervantes
y Whitman, a pesar de la derrota democrática, son las dos voces más fecundas de
la literatura occidental, y su cristianismo dinámico y dionisiaco me parece
mejor que la aristocracia nietzscheana (que está pre- gonando Ortega con gritos
y gestos de plazuela)». A José Bernadette (1941).
«Amigo
Camilo José Cela:
Gracias
por todo. Es usted muy bueno. Además de un gran escritor es usted una gran
persona. Todos me lo dicen. Estoy muy viejo, casi tan viejo como el rey Lear, y
esta cabeza mía funciona ya muy mal. Lo voy perdiendo todo lentamente: la
memoria, la cabeza, la energía y las ganas de vivir. Me sostengo a fuerza de
drogas que al final me debilitan más y me dejan hecho un guiñapo. Ya no
escribo, apenas leo y no puedo opinar de nada. Diría tonterías. Es mejor no
hablar ya cuando se es viejo. Mi poesía, salvo los momentos religiosos que
tienen un aliento de plegaria, la rompería toda… Estoy avergonzado de haber
escrito la mayoría de mis versos. No he sido más que un reportero con un
énfasis de energúmeno. La poesía no es más que oración». A Camilo José Cela
(1959).
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