La
obra maestra del poeta estadounidense se edita íntegra en una nueva traducción,
en edición bilingüe y junto a una selección de su prosa y de sus diarios de
guerra.
Pongámonos
de pie. Por JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS
Un
poeta histórico. Por ANTONIO GAMONEDA
WINSTON
MANRIQUE SABOGAL Madrid 21 NOV 2014
El
poeta Walt Whitman (1819 - 1892).
“Yo
me celebro, / y cuanto hago mío será tuyo también, / porque no hay átomo en mí
que no te pertenezca”. Y un nuevo mundo se abrió con estos versos de Canto de
mí mismo. Ciento cincuenta y nueve años separan este comienzo del libro Hojas
de hierba, que Walt Whitman terminaría en 1892, tras nueve ediciones y un total
de 389 poemas, de esta época que no cesa de ser polinizada por su voz y sus
ideas sublimes. Una obra maestra que ahora se puede leer íntegra en un lenguaje
actualizado, en edición bilingüe y traducida, por primera vez, por un autor
español (las conocidas son de latinoamericanos), que incluye los prólogos o
textos introductorios que escribiera Whitman en todas sus ediciones, más una
selección de sus prosas y del diario que llevaba como enfermero de campaña
durante la Guerra Civil
de Estados Unidos. Todo ello presidido por un texto que funde la biografía del
poeta estadounidense con su clásico universal y con la de este mismo volumen.
El encargado de este trabajo monumental ha sido del poeta y filólogo Eduardo
Moga (Barcelona, 1962), bajo el sello de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Treinta
y tres años tardó Whitman (1819-1892) en completar la “autobiografía de todo el
mundo”, como dijera Gertrude Stein. Una epopeya norteamericana y de la vida,
íntima, soñada y pública, que resuena llena de realidad y promesa.
Llevó
a la gente a reencontrarse consigo misma. Y se convirtió en un guía que abriría
insospechadas rutas literarias.
Autoproclamado
“Soy poeta del Cuerpo y soy poeta del Alma”, su obra empezó a ser conocida en
1855 con doce poemas sin título, y terminó en 1892, con 389, pocos meses antes
de su muerte. “Un crecimiento orgánico, mediante oleadas sucesivas o estratos
superpuestos, que era coherente con el crecimiento personal del autor y con el
histórico de la nación, y que condecía con la naturaleza dispersa, orbicular,
del proyecto whitmaniano”, escribe Eduardo Moga en el volumen.
Portada
de la nueva edición de 'Hojas de hierba'.
Dos
años y medio tardó el escritor español en traducir este clásico. Las anteriores
ediciones completas son de escritores latinoamericanos, y otras parciales entre
las que brilla la de Jorge Luis Borges. Enfrentarse a Whitman y a ilustres
traductores, reconoce Mogan, ha sido un proyecto colosal y arriesgado, “un
trabajo muy duro por la complejidad del pensamiento del poeta, su sintaxis y
que genera unos poemas, no todos, extensos”.
Un
poeta que crea un nuevo vocabulario, que se inventa cosas, neologismos, ideas
filosóficas o religiosas, cuya correspondencia para dar en español no es fácil,
confiesa Moga. “Por otra parte”, agrega el traductor, “es un poeta oratorio y
enumerativo que, a menudo, entra en sucesiones de imágenes que se van
engarzando, y esas cláusulas, a su vez, se ramifican y se subdividen. Todo ese
trabajo hay que traducirlo sin que se pierda el sentido y mantener la
coherencia global y sintáctica”.
La
originalidad de Walt Whitman, escribió Harold Bloom en El canon occidental,
“tiene menos que ver con su verso supuestamente libre que con su inventiva
mitológica y su dominio de las figuras retóricas. Sus metáforas y sus
razonamientos rítmicos abren un nuevo camino de una manera aún más eficaz que
sus innovaciones métricas”.
Poeta
del Yo y del Nosotros. Poeta que invoca y recuerda la dualidad, el binomio del
ser humano: hombre y Dios; cielo y tierra; inmortalidad y mortalidad; ternura y
erotismo; alegría y tristeza; realidad y sueño; pasión y serenidad; rostro y
máscara; prosaico y sublime; dionisíaco y apolíneo; luz y oscuridad; difícil y
sutil; carnal y platónico; antiguo y presente; milagro y naturaleza…
Una
voz que no ha dejado de sonar. Una voz que renació cuando el 5 de marzo de 1842
asistió como periodista de la revista Aurora a una conferencia de Ralph Waldo
Emerson en Nueva York titulada El poeta, donde, palabras más, ideas menos,
venía a decir que los poetas son quienes dicen, nombran y representan la
belleza como “dioses liberadores”, y que él ha buscado en vano en su país.
Primera
edición de 'Hojas de hierba', de 1855.
Ese
primer soplo inspirador quedó en Whitman dando vueltas, creciendo, hasta que en
1850 empezaría a escribir sus poemas bajo la búsqueda de ese nuevo edén, cuyo
primer libro financió él mismo, cinco años después.
Poeta
que canta a la democracia, que crece con su país, que canta a las necesidades
del nuevo mundo. Su voz corrió como el viento que lo removió todo. Reflexivo y
cautivador. Que cantó a la libertad, a lo íntimo, a los deseos, a la desgracia
de la guerra, a los hombres y a las mujeres, aunque, escribe Bloom en su famoso
libro del canon, "su impulso más profundo fue el homoerótico". Pero
su poesía, "rehúsa reconocer cualquier demarcación sexual, al igual que
rehúsa aceptar cualquier línea fortificada que divida lo humano y lo divino".
Whitman
dijo que era un libro eminentemente religioso pero no entendido como propio de
los credos cristianos sino por la relación que espera establecer por la
divinidad, recuerda su traductor: "Esa figura del dios supremo que no se
identifica pero representa el espíritu del universo, su viaje a la naturaleza,
al ánima de la naturaleza es a lo que pretende llegar".
Whitman
es poeta de todos los tiempos y tradiciones. Para la colombiana María Gómez
Lara, reciente ganadora del Premio Loewe de Poesía Joven, el trabajo de Whitman
"ha construido paradigmas de innovación y expresión poética en todas
partes del mundo, ha abierto múltiples caminos dentro de un espectro muy
amplio, similares y también muy distintos de su propia búsqueda, de su voz han
salido tantas voces. Whitman intuía en sus versos que su yo contenía
multitudes, tenía una visión cósmica, abarcadora, una identidad que viajaba del
universo a la tierra en los zapatos. Y entre los muchos Whitmans a mí me
arrastró ese yo que se encontraba en la tierra: pensé en la materialidad que la
poesía podía lograr. Tal vez, justamente en la era de la imagen, sea cuando más
valga la pena recordar que el lenguaje llega todavía más allá, hasta la piel.
Pensé en lo táctiles que son a veces las palabras, casi pude tocar esa voz de largo
aliento, sensorial, consciente de su respiración. Como lectora quise perseguir
ese tacto".
Hasta
ella, y a millones de personas, llegó 159 años después de ser escrito aquel
canto con el que Whitman cierra su primer gran poema: “Si no das conmigo al principio,
no te desanimes. / Si no me encuentras en un lugar, busca en otro. / En algún
sitio te estaré esperando”.
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