POR MARCELO BIRMAJER
Se me hace cuento
CLARÍN 11/08/12
El pasado viernes, mi
amigo Juancho estaba realmente atribulado sobre qué regalarle a sus pequeños
hijos para mañana.
-Mis padres
–recordó Juancho–, que en paz descansen, me regalaban siempre libros para el
Día del Niño. Al menos, desde que tengo memoria o desde que aprendí a leer; a
partir de los seis años.
-¿Eran
progresistas? –pregunté.
-No en el sentido
en que lo estás preguntando –respondió–. Mi padre era admirador de Churchill y
de la educación formal. Me regalaba los libros de la colección Robin Hood. Pero
desde el primero, me negué a abrirlos.
-No entiendo
–confesé.
-¿Cómo me iban a
regalar un libro para el Día del Niño? A todos mis amigos les regalaban
juguetes. Prefería romper un juguete antes que abrir un libro. Me encantan los
libros, pero … ¿para el Día del Niño? Eso hace que no te gusten.
-No coincido
–dije–. Vale la pena el riesgo.
-Pero yo desarrollé
el hábito de la resistencia pasiva. Si mi padre era Churchill, yo sería Gandhi.
Mantuve los libros sin abrir. Los acumulé, cerrados, en mi biblioteca. A los
siete años, a los ocho, a los nueve, a los diez… -¿Hasta qué edad te hicieron
regalos para el Día del Niño? –lo interrumpí.
-Hasta los 13 años
–informó Juancho–. Y pasaron treinta hasta que los abrí.
-Nunca es tarde
–comenté.
-Sí, sí fue tarde.
A los pocos días de que falleciera mi madre, ya mi padre había fallecido hacía
unos diez años, tuve que pasar por su casa a hacerme cargo de todo. Mi antigua
casa de infancia, en Almagro. El barrio había cambiado para bien, hacia los
aires del nuevo Palermo Viejo. Pero mi cuarto permaneció intacto. Incluso con
la biblioteca y todos los libros en su lugar. La colección de libros de lomo
amarillo: Tom Sawyer, Cinco semanas en globo, Juvenilia. Entonces abrí el
primer libro: “La cabaña del Tío Tom”.
-¿Qué tal?
–pregunté.
-Maravilloso –opinó
Juancho–. Pero había otra cosa: un billete.
-No entiendo.
-Dentro del libro,
entre las páginas, había un billete. Dinero.
-¿Pesos argentinos?
Juancho asintió.
-¿Qué cantidad? –me
interesé.
-Respetable. Más
que respetable para un niño. Podría haberme comprado un buen juguete. Cada
libro de la colección tenía un billete en su interior. Ahora que los descubría,
esos billetes ya no valían nada. O al menos, no valían como billetes. Como
cartas, eran inapreciables.
-En las
traducciones del inglés –dije–, muchas veces a los mensajes escritos en un papel
los llaman “billetes”.
-Propio de Mr.
Churchill –corroboró Juancho–. Pero …¿cuál es la moraleja?
-Para mí, evidente:
tenés que regalarles libros a tus hijos.
-Sin embargo, ahora
que me he leído toda la colección, me pregunto: ¿el legado de mis padres no es
toda la anécdota en sí, incluyendo mi resistencia a abrir a los libros durante
mi infancia? No se puede repetir esa historia.
-Legado no es
exactamente lo que nos quisieron dejar, es una mezcla azarosa entre lo pudieron
dejarnos y los que nos dejaron por descuido. Por lo pronto, los billetes no
conservaron su valor; pero la historia que me acabas de contar se mantiene
intacta, como tu cuarto. Sabés cuánto valoro el dinero; para mí no es un
fetiche, por el contrario: el dinero es una invitación a negociar en vez de
matar. A quien sea que se le haya ocurrido, sabía que no trataba con ángeles.
Siempre que imagino un mundo sin dinero, me lo figuro peor de lo que ya es.
Todas las personas que conozco que desprecian el dinero, es porque ya lo tienen
o tienen garantizada su subsistencia de algún otro modo. Pero, aún así, sin una
buena historia, el dinero no vale nada.
-¿Estás dispuesto a
hacerte cargo del reproche de mis hijos si les regalo un libro?
-Por supuesto
–asumí–. Pero sólo después de que cumplan cuarenta años. Podés dejar anotado en
algún lado que tienen derecho a venir a reclamarme luego de que cumplan
cuarenta años.
-Pero no les voy a
poner un billete entre las páginas.
-Todos los buenos
libros traen billetes entre sus páginas. Tarde o temprano los encontrás
.
EL BLOG OPINA
Un hermoso relato
y a la vez una pena. Recuerdo perfectamente los libros de niñez y esa colección
era la que más me gustaba. Mi padre nos compraba un solo juguete importante todos
los 6 de enero, el día de Reyes. Era su costumbre. Pero para los libros no
había ningún límite. Nos compraba los que queríamos cuando fuera. Por fortuna
heredé de mi padre el amor por los libros que quizás hoy sea aún mayor que en
mi juventud. Es necesario estimular a niños y jóvenes el valor de la lectura. Cuesta
trabajo, muchos desprecian los libros y hasta los destruyen. Leer es descubrir el mundo y todo lo que lo
integra con una fidelidad inimaginable. Aquellos que no aprecian los
libros no saben lo que se pierden…
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