Augusto Roa Bastos (AP) |
Juan Yáñez
Cuando
hablamos de autores latinoamericanos y no incluimos a Augusto Roa Bastos, sería
una falta imperdonable. Por supuesto, siempre es el tiempo es el que añeja a
los mejores licores y este autor (valga la metáfora) pertenece a esa categoría. Su reciente desaparición
(2005) a los 87 años de edad, hace que aún su talento se encuentre en parte
velado, para aquellos que se ocupan de la literatura.
El
paraguayo Roa Bastos fue un escritor con un lenguaje directo que combina voces guaraníes sin oscurecer la
inteligencia de los textos, creemos que para darle una autenticidad más
realista, con el empleo de la lengua que conforma junto al castellano el idioma
que se emplea en todas las clases sociales de la región.
Otra de sus características resaltantes, fue que vivió la mayor parte de su vida en el exilio y siempre pendiente de la realidad nacional de su país y lo hizo sin formar parte de ningún partido político. Había nacido en Asunción en 1917, y comenzado a escribir, desde la niñez, algunas obras de teatro, que se llegaron a representar en el medio rural, alentado por su madre. Al cumplir los 16 años y estando de interno en un colegio, escapa con un grupo de compañeros y viaja ilegalmente en un barco de tropas que se dirige al frente en la Guerra del Chaco, descubiertos son castigados en tareas en la retaguardia.
Terminada la guerra regresa a Asunción donde desempeña humildes trabajos, entre ellos como cartero y dependiente en una tienda. En 1936 se inicia formalmente en la escritura a través del periodismo en el Diario El País, al que se mantendrá vinculado durante muchos años. Desempeñando el cargo de Jefe de Redacción es invitado a visitar Inglaterra en 1944 y allí representa como corresponsal de guerra. de El País. Al fin del conflicto en 1945, se traslada a Francia donde logra ser el primer periodista latinoamericano en entrevistar al general De Gaulle.
De regreso a Asunción se incorpora al periódico donde escribe tres columnas diarias y se publican en un folleto las experiencias vividas en la guerra bajo el título “La Inglaterra que yo vi”. En 1947 una sublevación militar estalla en su país que desemboca en una guerra civil en contra del régimen de Higinio Moriñigo. La posición crítica que desde “El País” emprende Roa, hace que las autoridades ordenen la captura del escritor y periodista. Perseguido se oculta hasta el momento que puede salir del país y viajar a Buenos Aires. Allí da inicio a un largo exilio, que comienza con diversas actividades para ganarse la vida.
Al año siguiente se relaciona con la Sociedad Argentina de Escritores donde dicta un curso sobre “Técnica de la novela”, que había iniciado Ernesto Sábato, el que cede su responsabilidad a Roa. En 1952 lo encontramos trabajando en una editorial de música donde duerme sobre la mesa de la guillotina. Allí escribe los 17 cuentos que componen “El trueno entre las Hojas”, que Editorial Losada publicaría al año siguiente, siendo este el primer volumen de sus cuentos. Trabajando como vendedor de seguros, se relaciona en 1957 con el director cinematográfico Armando Bo, quien le solicita una adaptación de “El trueno entre las hojas”, que filmara y estrenara.
Esta actividad durará hasta 1970, donde logra elaborar otros once guiones de películas. En 1959 y en poco tiempo escribe “Hijo de hombre”, novela que resulta ganadora del premier premio del Concurso Internacional de Novela, que organizara Editorial Losada y publicara en 1960. Es su primera novela y con ella logra un grado de aceptación de importancia. Sobre ella escribe el siguiente comentario: “Su tema trascendente al margen de la anécdota, es la crucifixión del hombre en busca de solidaridad con sus semejantes; es decir, el antiguo drama de la pasión del hombre en su lucha por su libertad, librado a sus solas fuerzas en un mundo y en una sociedad inhumanos que son su negación”
Otra de sus características resaltantes, fue que vivió la mayor parte de su vida en el exilio y siempre pendiente de la realidad nacional de su país y lo hizo sin formar parte de ningún partido político. Había nacido en Asunción en 1917, y comenzado a escribir, desde la niñez, algunas obras de teatro, que se llegaron a representar en el medio rural, alentado por su madre. Al cumplir los 16 años y estando de interno en un colegio, escapa con un grupo de compañeros y viaja ilegalmente en un barco de tropas que se dirige al frente en la Guerra del Chaco, descubiertos son castigados en tareas en la retaguardia.
Terminada la guerra regresa a Asunción donde desempeña humildes trabajos, entre ellos como cartero y dependiente en una tienda. En 1936 se inicia formalmente en la escritura a través del periodismo en el Diario El País, al que se mantendrá vinculado durante muchos años. Desempeñando el cargo de Jefe de Redacción es invitado a visitar Inglaterra en 1944 y allí representa como corresponsal de guerra. de El País. Al fin del conflicto en 1945, se traslada a Francia donde logra ser el primer periodista latinoamericano en entrevistar al general De Gaulle.
De regreso a Asunción se incorpora al periódico donde escribe tres columnas diarias y se publican en un folleto las experiencias vividas en la guerra bajo el título “La Inglaterra que yo vi”. En 1947 una sublevación militar estalla en su país que desemboca en una guerra civil en contra del régimen de Higinio Moriñigo. La posición crítica que desde “El País” emprende Roa, hace que las autoridades ordenen la captura del escritor y periodista. Perseguido se oculta hasta el momento que puede salir del país y viajar a Buenos Aires. Allí da inicio a un largo exilio, que comienza con diversas actividades para ganarse la vida.
Al año siguiente se relaciona con la Sociedad Argentina de Escritores donde dicta un curso sobre “Técnica de la novela”, que había iniciado Ernesto Sábato, el que cede su responsabilidad a Roa. En 1952 lo encontramos trabajando en una editorial de música donde duerme sobre la mesa de la guillotina. Allí escribe los 17 cuentos que componen “El trueno entre las Hojas”, que Editorial Losada publicaría al año siguiente, siendo este el primer volumen de sus cuentos. Trabajando como vendedor de seguros, se relaciona en 1957 con el director cinematográfico Armando Bo, quien le solicita una adaptación de “El trueno entre las hojas”, que filmara y estrenara.
Esta actividad durará hasta 1970, donde logra elaborar otros once guiones de películas. En 1959 y en poco tiempo escribe “Hijo de hombre”, novela que resulta ganadora del premier premio del Concurso Internacional de Novela, que organizara Editorial Losada y publicara en 1960. Es su primera novela y con ella logra un grado de aceptación de importancia. Sobre ella escribe el siguiente comentario: “Su tema trascendente al margen de la anécdota, es la crucifixión del hombre en busca de solidaridad con sus semejantes; es decir, el antiguo drama de la pasión del hombre en su lucha por su libertad, librado a sus solas fuerzas en un mundo y en una sociedad inhumanos que son su negación”
Logra
llevarla al cine, donde alcanza premios en Buenos Aires y en San Sebastián (España).
A partir de allí se suceden las traducciones al inglés, el alemán, el sueco y
el francés. También publica “El baldío” su segundo volumen de cuentos y a
posteriori dos nuevos libros de cuentos: “Los pies sobre el agua” y “Madera
quemada”
En 1971
recibe la beca de la Fundación Guggenheim para la creación literaria. En esos
momentos se encuentra trabajando en su obra capital: Yo el Supremo.
A propósito
de ello dice: “Tengo que confesar, -ya lo he hecho varias veces- que trabajado
siempre sin un plan previo, Me parece a mi que la parte más activa, más fértil
del trabajo de escribir es la que se produce en los sitios donde la represión
consciente se alivia, se atenúa y llega a no existir; es decir, en el trabajo
del inconsciente. Así que lo he intentado es ir creando (creando, digo hoy; la
palabra creación no me gusta nada, me molesta profundamente cuando hablamos de
temas literarios o artísticos) ir, más bien elaborando los elementos…”
En 1973 da
por terminada su obra capital: Yo el Supremo y hace entrega de el manuscrito a
la editorial. Su salud y ánimo quedan resentidos por el esfuerzo continuo y
prolongado realizado en la escritura del texto. A propósito de ello declara:
“Estos textos así trabajados obsesivamente durante mucho tiempo va creando
estados de tipo… patológico. Muchas veces he tenido sueños muy angustiosos en
que me veía encerrado en una esfera, en cripta esférica en que me faltaba el
aire, me sentía angustiado y busca una posible grieta en el muro.
Era la sensación angustiosa de estar vivo y muerto al mismo tiempo (muete/vida que es otro desdoblamiento). Era la obsesión continua de lo curvo arrollándome. Solo lo la matería cambiaba, pero el espacio curvo me envolvía continuamente. No tenía fin y me tocaba. Podía sentirlo en las yemas de los dedos y en las zonas erógenas del cuerpo. Era frotarse contra una materia desconocida, dura. Podía ver también ciertos efectos de luz; una luz tamizada y a través de varios planos. Del otro lado estaba espacio libre, la luz, pero allí era el total aislamiento, salvo ese espacio curvo que no había forma de atravesar. Por eso hablo ahora de la imagen de la esfera porque no tengo forma de describir ese fenómeno”.
Era la sensación angustiosa de estar vivo y muerto al mismo tiempo (muete/vida que es otro desdoblamiento). Era la obsesión continua de lo curvo arrollándome. Solo lo la matería cambiaba, pero el espacio curvo me envolvía continuamente. No tenía fin y me tocaba. Podía sentirlo en las yemas de los dedos y en las zonas erógenas del cuerpo. Era frotarse contra una materia desconocida, dura. Podía ver también ciertos efectos de luz; una luz tamizada y a través de varios planos. Del otro lado estaba espacio libre, la luz, pero allí era el total aislamiento, salvo ese espacio curvo que no había forma de atravesar. Por eso hablo ahora de la imagen de la esfera porque no tengo forma de describir ese fenómeno”.
En 1974 se
edita la primera edición de Yo el Supremo por Siglo Ventiún Editores, de Buenos
Aires. Al respecto el autor declara: “Pienso que Yo el Supremo podía definirse
como una reflexión sobre la imposibilidad del poder absoluto, mirado desde el
ángulo de la relatividad de la condición humana y la historia”
Aún puede
ahondarse más profundamente la
personalidad y la obra de este sobresaliente escritor paraguayo como uno de los
más significativos autores hispanoamericanos de claras ideas de moral e
idealismos, alejadas del los afanes políticos panfletarios. Correctas son las
siguientes líneas, de fuente wikipedia, que agregamos, como complemento de lo
arriba escrito.
“El
reconocimiento internacional le llegaría en 1974 con la publicación de Yo el
Supremo, una vasta y ambiciosa novela considerada una obra cumbre de la
literatura en español. Producto de siete años de trabajo e investigaciones, es
un complejo retrato de José Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Perpetuo que
gobernó el Paraguay entre 1814 y 1840. A través de la voz monologante del
Supremo, Roa Bastos hace tanto una reconstrucción del período histórico como
una profunda y compleja reflexión sobre el poder y su ejercicio, incluso a
través del mismo discurso (toda la novela está narrada desde la voz del
dictador, las intervenciones de otros personajes no tienen rayas de diálogo ni
signo alguno que marque diferencia, son "oídas" desde la perspectiva
del Supremo). Luego del golpe de estado de 1976, la obra fue prohibida por el
dictador Jorge Rafael Videla y Roa aprovechó una invitación de la Universidad
de Toulouse para exiliarse en Francia. Residió en esa ciudad como profesor
universitario de literatura latinoamericana y guaraní hasta 1996. Durante su
estadía en Francia contrajo matrimonio con Iris Menéndez, francesa hija de
españoles, con quien tuvo dos hijos.
En 1982 fue
privado de la ciudadanía paraguaya después de un intento frustrado de retorno;
se le concedería la española honoraria en 1983 y la francesa en 1987. A lo largo de su
carrera, Roa Bastos recibió varios premios, destacando el premio del British
Council (1948) el Premio Internacional de Novelas Editorial Losada (1959) el
Premio de las Letras Memorial de América Latina (Brasil, 1988), el Premio
Nacional de Literatura Paraguaya (1995) y el Premio Konex Mercosur 2004 a las Letras. Sin
embargo, el galardón más importante de su carrera le llegó en 1989, cuando le
fue otorgado el Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras castellanas.
Fragmento de
YO EL SUPREMO, de Augusto Roa Bastos
(Escrito a la madrugada. Cuarto menguante)
(relato en 1ra. persona que corresponde al principal protagonista de la novela, el dictador Doctor Francia)
Disfrazado de campesino llegué esa noche a Santa
María. Hice esperar a mis
hombres a una legua, escondidos en el monte.
Cubierto por mi sombrero de paja a dos
aguas, me metí en la fila de los enfermos que
esperaban frente a la choza en la falda del
cerrito. Me tocó estar entre un paralítico y un
leproso, echados en el suelo; el uno con
sus llagas y el aviso de su mal en un sombrero
coronado de velas; el otro, sepultado
media res en la inmovilidad total. Me eché yo
también, haciéndome el dormido, la cara
pegada a la tierra pelada con olor a mucho trajín
de enfermedades. Los dejé pasar.
Cuando abrí los ojos me vi. frente a un hombre
rechoncho, lozano, fresco. Melena
canosa, casi platinada. Pelo muy fino barriéndole
el hombro. Idéntica a él, su voz me
dijo: No se saque el sombrero. No se descubra. No
me tocó. No me auscultó. No
preguntó por mis males. En seguida, sin hablar, sin
preguntar, supo más de mí de lo que
yo mismo sabía y podía contarle. Tome esto. Me
tendió un manojo de bulbos y raíces.
Parecían mojados por una resina muy gomosa. Mande
hervirlos y poner la infusión al
sereno durante tres noches seguidas. Sacó una
petaquita parecida a la que yo uso para el
rapé. La abrió. Adentro fosforileó un polvillo con
la verdosa luminosidad de
los lampiros. Este esto en la infusión. Tendrá su
tisana de Corvisat. Casi sin aliento guardé los bulbos y la cajetilla en mi
matula de peregrino. Intenté sacar unas monedas. Puso su mano sobre mi mano.
No, dijo, mis enfermos no pagan. ¿Me conoció? Vida no es entendida, No me
reconoció visual. Puede que no. Puede
que sí. Lo que respetó fue el secreto contado sin palabras, a la sombra del
sombrero que celaba mi sombra. Salí tropezando de puro contento en la infinidad
de bultos tumbados en el suelo. Gentío semejante en la oscuridad a quejumbroso
muerterío. Avancé pisando manos, pies, cabezas que se levantaban que me
insultaban con el tremendo rencor de los enfermos. Pero aún esos insultos me
hicieron más feliz todavía. La salud no conoce el lenguaje de la cólera. Yo la
llevaba en mi bolsa.
Bebí la tisana por tres días. Durante tres años mi
cuerpo desbebió todos sus males.
Editorial Ayacucho
Pag. 230/231
Fuentes:
Wikipedia; Diccionario de Literatura Universal, Editorial Dístein; Yo el
Supremo, A. Roa Bastos, Biblioteca Ayacucho; Hijo de Hombre, A. Roa Bastos,
Fundación Editorial el Perro y la Rana.